
Gracias a lo citado, las personas comenzaron a combinar sus almuerzos, cenas (y en algunos casos, su desayuno), con las cervezas de su predilección, obteniendo unos resultados bien sabrosos. Sin embargo, se comenzaron a dictar una serie de "normas" optativas que encasillaban ciertas comidas con determinados estilos cerveceros (así como ocurre con el vino), imponiendo ciertos límites a lo que realmente desea la persona.
No tengo nada en contra de estas normas, pero es necesario entender que el mejor maridaje cerveza-comida es el que satisface plenamente al comenzal. Si la persona le fascina tomar una cerveza de sabor fuerte en compañía de un platillo de sabores delicados, cosa que cuando los madira, el sabor de la cerveza apaga el sabor del alimento, pues es un hecho que debe respetarse y evitar la imposición de conceptos ajenos a la voluntad y albedrio del individuo.
A lo largo de este camino cervecero que he recorrido y conocido, me he dado cuenta que los maridajes son una cuestión muy personal, he visto personas que, como en el caso anterior, les gusta combinar su cerveza favorita y su comida predilecta, y así, las normas de maridaje digan lo contrario, se sienten felices con lo que están consumiendo. Personalmente, a veces me da por hacer unos maridajes que despertarían el disgusto (y movimientos gástricos) de cualquier experto en ese campo, pero me he sentido muy conforme por los resultados que he obtenido, y cuando tengo oportunidad, los vuelvo a hacer o aplicar variaciones que mi imaginación permita.
Si algo me da placer, no voy a dejar que las normas y opiniones me impidan hacerlo.